Chapter 8: La vida en constante cambio
La mansión Helstea estaba en calma esa mañana, un contraste con el bullicio de los días anteriores. Cyan se encontraba junto a Lilia en el patio delantero, observando el carruaje que la llevaría de regreso con su familia. El cielo estaba despejado, y una suave brisa mecía los árboles alrededor.
—Así que... ya es hora, ¿eh? —dijo Lilia con una sonrisa, aunque sus ojos traicionaban una pizca de tristeza.
—Sí. —Cyan asintió, su voz tranquila pero firme—. Es hora de que volvamos a nuestras vidas, pero no será un adiós definitivo.
Lilia lo miró, sorprendida por su seguridad.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
Cyan cruzó los brazos, su mirada fija en ella.
—Porque prometimos volvernos fuertes, ¿recuerdas? Si ambos trabajamos duro, será inevitable que nos encontremos de nuevo.
Lilia esbozó una sonrisa más amplia, animada por sus palabras.
—Entonces es una promesa. Cuando nos volvamos a ver, quiero que practiquemos magia juntos.
—Lo haremos. —Cyan extendió su mano, y Lilia la tomó con determinación.
El carruaje se preparó para partir, y Lilia subió, dándole una última mirada a Cyan antes de que las puertas se cerraran. Mientras el vehículo se alejaba, Cyan permaneció inmóvil, observando hasta que desapareció en la distancia.
"Adiós, Lilia. Hasta que nuestros caminos se crucen de nuevo."
La mansión Trident era majestuosa arquitectura imponente reflejaba la posición de la familia Helstea en la nobleza. Cyan caminaba por los pasillos con una calma aparente, pero en su interior sentía que el breve momento de paz que había experimentado estaba llegando a su fin.
Al entrar al despacho de su padre, Vicente Helstea, se encontró con la figura de un hombre sentado detrás de un escritorio de madera oscura, revisando un documento. Su padre levantó la vista al sentir su presencia.
—Cyan, veo que finalmente has regresado —dijo su padre, dejando los papeles a un lado—. Supongo que tienes muchas cosas que contar.
Cyan asintió, tomando asiento frente a él.
—Pasaron muchas cosas. Aprendí más sobre mí mismo y sobre los demás. Pero también vi algo... interesante en tu escritorio.
Su padre levantó una ceja, intrigado.
—¿Ah, sí? ¿Qué fue lo que viste?
—Un evento. —Los ojos de Cyan brillaron con intensidad—. Una subasta que, por lo que deduzco, no parece ser del todo legal.
El semblante de su padre se endureció ligeramente.
—Eres más observador de lo que imaginaba. Sí, esa subasta tiene lugar en los barrios bajos y es, como dices, poco ética. Pero en nuestra posición, cerramos los ojos a ciertas cosas para mantener el equilibrio.
Cyan lo miró directamente, su expresión seria.
—Quiero ir.
El ambiente en la sala se volvió tenso. Su padre lo observó en silencio por un momento, evaluando su solicitud.
—¿Y por qué querrías ir?
—Busco fuerza, padre. Y la fuerza no solo viene de la práctica o los libros. A veces, tienes que ensuciarte las manos para encontrarla. Si hay personas o artefactos valiosos ahí, quiero aprovechar la oportunidad.
Su padre esbozó una leve sonrisa, casi imperceptible.
—Hablas como alguien mayor, no como un niño de siete años.
—No soy solo un niño —respondió Cyan, su voz firme—. Tú lo sabes mejor que nadie.
Su Padre dejó escapar un suspiro antes de asentir.
—Muy bien. Irás. Pero no irás solo. Tu maestro de esgrima, Cedric, te acompañará. Él es un aumentador de núcleo amarillo sólido y tiene experiencia en este tipo de lugares. También llevarás una máscara y una capa que distorsionarán tu imagen y tu voz. Nadie debe saber quién eres realmente.
Cyan asintió, satisfecho con la respuesta.
—Gracias, padre.
Su padre lo observó mientras se levantaba para salir.
—Cyan.
El joven se giró para mirarlo.
—Estoy orgulloso de ti. Eres más de lo que esperaba.
Por primera vez, su padre le sonrió de una manera que transmitía auténtico orgullo.
El sol apenas había despuntado cuando Cyan se encontró en la entrada de la mansión, listo para partir. Los días de tranquilidad junto a Lilia ya eran un recuerdo lejano, y ahora, el peso de lo que le esperaba volvía a recaer sobre sus hombros. Su maestro, un hombre de semblante severo y porte imponente, lo esperaba junto al carruaje. El aire estaba frío, como si la mañana misma presintiera lo que estaba por venir.
El padre de Cyan lo despidió con un gesto escueto, pero sus ojos brillaban con algo que Cyan había notado pocas veces: orgullo. Sin palabras, ambos compartieron un momento fugaz antes de que Cyan subiera al carruaje.
El interior del vehículo estaba decorado con sencillez, pero cada detalle hablaba de la nobleza a la que pertenecían. Cyan se recostó, cerrando los ojos mientras el carruaje comenzaba a moverse. Fuera de la ventana, el paisaje cambiaba rápidamente de la opulencia de sus tierras a la vastedad de los caminos que conectaban las regiones.
El primer día del viaje transcurrió sin incidentes, pero Cyan no estaba dispuesto a perder tiempo. Con la aprobación de su maestro, decidió entrenar en un claro cercano durante una parada.
—Toma tu espada —ordenó el maestro mientras desenvainaba la suya, una hoja pulida que brillaba bajo la luz del sol—. Quiero ver cuánto has mejorado desde la última vez.
Cyan asintió y desenvainó su propia arma. Era más pequeña que la de su maestro, pero su peso y equilibrio eran perfectos para él. Los dos adoptaron posturas, y la primera colisión de las hojas resonó en el aire.
El maestro atacó con velocidad y fuerza, probando las defensas de Cyan, pero pronto se dio cuenta de algo inusual. A pesar de la aparente juventud de Cyan, sus movimientos eran precisos, como si hubiera pasado años perfeccionándolos.
—Tu cuerpo... —comentó el maestro entre un intercambio de golpes—. Es como si estuviera reforzado de manera constante. ¿Cómo es posible?
Cyan esquivó un ataque y contraatacó con un movimiento limpio que obligó al maestro a retroceder.
—He estado entrenando —respondió Cyan, evitando entrar en detalles.
El maestro lo observó con una mezcla de asombro y sospecha. Cada vez que Cyan movía su espada, parecía que su cuerpo ya estaba preparado para soportar la presión del maná sin siquiera concentrarse en ello. Era algo que pocos aumentadores lograban, y mucho menos alguien de su edad.
—¿Qué clase de entrenamiento has estado haciendo? —preguntó el maestro, bajando su espada momentáneamente.
—Nada especial. —Cyan sonrió, pero en su mente sabía que no podía revelar la verdad. Los cuatro núcleos que había formado en secreto eran su mayor ventaja, y no estaba dispuesto a compartir ese secreto ni siquiera con su maestro.
El enfrentamiento continuó hasta que el maestro dio un paso atrás, deteniendo el combate.
—Eres especial, eso está claro. Pero hay algo que no encaja... —murmuró, observándolo con atención—. Incluso entre los nobles, tu nivel es... anómalo.
Cyan simplemente guardó su espada y se encogió de hombros.
—Tal vez solo tengo suerte.
Más tarde, mientras descansaban junto al fuego del campamento, Cyan aprovechó el tiempo para practicar magia. Había estado trabajando en la combinación de elementos, algo que pocos magos intentaban debido a la dificultad.
Concentrándose, conjuró una pequeña esfera de viento en una mano y una chispa de fuego en la otra. Su maestro lo observaba desde el otro lado del fuego, aparentemente despreocupado, pero no pudo ocultar su sorpresa cuando Cyan combinó ambos elementos para crear una corriente de aire ardiente que iluminó el área a su alrededor.
—Eso no es algo que cualquier mago pueda hacer —comentó el maestro, entrecerrando los ojos—. ¿Cuánto tiempo llevas practicando esto?
—Desde que aprendí a manipular el maná —respondió Cyan, manteniendo la concentración mientras disolvía la magia.
El maestro asintió, aunque no parecía del todo convencido.
—El elemento fuego es el más inestable, y sin embargo, lo dominas lo suficiente para usarlo en combinación con viento. Aunque noto que no es tu especialidad.
Cyan sonrió, reconociendo la observación.
—Es cierto. El fuego es el más difícil para mí. Pero el viento... es diferente. Es como si fuera parte de mí. ( a que soy un mago que controla los 4 elementos no reveló aún mis trucos tierra y viento y agua se ma hace bien)
El maestro asintió lentamente, impresionado pero aún cauteloso. Cyan sabía que estaba acumulando demasiada atención, pero no podía evitarlo. Su deseo de sobresalir y prepararse para el futuro lo empujaba a mostrarse, aunque solo fuera un poco.
Dos días después, el carruaje finalmente llegó a su destino: una mansión imponente situada en una tierra extranjera, rodeada de un muro alto que ocultaba lo que ocurría dentro. Cyan bajó del vehículo, su rostro cubierto por la máscara que le entregaron antes de partir.
El ambiente era distinto. Había un aire de tensión en el lugar, como si todos supieran que lo que estaban a punto de presenciar era algo que no debía ser. Las personas que llegaban, todas nobles o comerciantes de alto rango, caminaban con paso seguro pero con rostros ocultos por máscaras.
El maestro de Cyan caminaba a su lado, vigilando cada movimiento en el entorno.
—Mantente cerca y no llames la atención —advirtió en voz baja.
Cyan asintió, aunque su mirada se desviaba hacia cada rincón del lugar. Había algo extraño en el ambiente, algo que no podía identificar pero que lo hacía sentir alerta.
Entraron al salón principal, un espacio amplio iluminado con candelabros de oro y decorado con lujos excesivos. En el centro, una tarima elevada servía como escenario para la subasta. Cyan observó en silencio mientras los primeros artículos eran presentados: artefactos mágicos raros, armas antiguas, y finalmente... personas.
Fue entonces cuando algo captó su atención. Una niña, no mayor que él, fue llevada al escenario. Su apariencia era peculiar: su cabello estaba dividido en dos colores, plateado de un lado y negro del otro, y sus ojos mostraban una heterocromía fascinante. Ella mantenía la cabeza baja, ocultando parcialmente sus orejas con el cabello.
Cyan sintió un nudo en el estómago. Había algo en ella que lo desconcertaba, algo que no podía explicar.
("¿Quién es ella?") pensó, mientras sus ojos se fijaban en la figura frágil de la niña.
El maestro notó su reacción, pero no dijo nada. Cyan sabía que debía mantenerse concentrado, pero por primera vez en mucho tiempo, algo parecía sacudir su fría determinación.