IF CATS ARE LUCKY, WHY NOT WOLVES?

Chapter 8: cap 8



Rufus estaba en su cueva, rodeado de los objetos que había dejado el héroe después de que Liz, con su notable puntería, decidiera convertirlos en confeti mágico. "¡Oh, una espada mágica de la suerte! ¡Eso es perfecto!", exclamó Rufus, sosteniendo el arma como si fuera un trofeo. Pero, justo cuando terminó su frase, la espada se rompió en mil pedazos. "Eh… ¡Espera un segundo!", se dio cuenta de la etiqueta que aún colgaba de la empuñadura. "Espada hecha por la genia María. Patente pendiente. Posdata: ¡Espada de un solo uso!".

Rufus se sentó en el suelo, dibujando circulitos con su pata, como si eso fuera a cambiar su suerte. "Esto no es justo", murmuró, cuando de repente, Sparki, su hija, saltó sobre él como si fuera un caballito de madera. "¡Vamos, juguemos al caballito!", gritó ella con una energía desbordante.

"No es el momento, Sparki. Estoy… lidiando con una crisis existencial", respondió Rufus, con el ceño fruncido. "Ahora que lo pienso, Sparki, ¿conoces a alguna María?"

"María… um, me suena", contestó ella, rascándose la cabeza con confusión. "Oh, sí, ¡recuerdo! 'Soy María, enfréntame, dragón!'", recitó imitando una voz desafiante. En ese instante, un pequeño dragón le lanzó una llama que le quemó un mechón de pelo. "¡Aaaaahhhh!", gritó ella, mientras corría hacia un lago para mojarse. "No me vencerás con… ¡aahhhh!", repitió, como si eso fuera parte de su estrategia.

Rufus no pudo evitar reírse al recordar cómo María había repetido esa línea casi treinta veces. "Creo que se fue a un pueblo enano después porque decía que odiaba ser más pequeña que las personas comunes", continuó Rufus, riendo aún más.

"¡Oh, eso me interesa!", dijo Sparki, iluminándose. "Vio al Rey Demonio y decía que podríamos ser hermanas de estatura. Como si eso fuera lo más importante del mundo".

Rufus se rascó la cabeza. "Llevémosla, podría sernos útil. Además, si hace armas, podríamos mejorar la tienda del pueblo", sugirió. En ese momento, a Rufus le brillaron los ojos con signos de dólar, como si hubiera visto un desfile de billetes danzando. "¡Vamos, Rufus! ¡A la carga!", gritó, mientras se subía a un sapo gigante, que parecía más confundido que emocionado.

Así, viajaron durante cuatro días sobre sapos gigantes que no tenían idea de a dónde iban, hasta que finalmente llegaron al pueblo enano. Pero, por desgracia, no sabían que el pueblo estaba protegido por torretas mágicas que lanzaban… ¡pelotas de tenis! "¡Nooooo!", gritó Rufus, mientras las pelotas comenzaban a caer como lluvia. "¡Marco Polo, fuiste tan inútil!", exclamó, mientras intentaba esquivar las pelotas.

"¡Oh, esto está sabrosito!", dijo Luna, que había estado llorando por el transporte y ahora no podía resistir la tentación de comer un sushi que había caído en su camino. Rufus la miró con incredulidad mientras veía a Sparki con la boca llena también. "¿Es que nadie en esta familia puede tomar algo en serio?", susurró, acercándose a la entrada del pueblo para mostrar su identificación, que claramente tenía un dibujo de un sapo gigante.

"¡Identificación, por favor!", dijo uno de los guardias, que era un lobo con una capa de superhéroe que parecía más ridícula que intimidante. "Claro, aquí está mi… ¡eh, espera! ¡¿Qué es esto?!", exclamó, mirando la identificación con desdén.

"Es una identificación de suerte. ¡Yo soy el hombre lobo de la suerte!", se presentó Rufus, empujando a Sparki y a Luna a un lado. "Y traigo amuletos que… eh, dan suerte".

"¿Suerte? ¿Como la lluvia de pelotas de tenis, o el sushi volador?", preguntó uno de los enanos, con una ceja levantada. "Porque eso no suena muy afortunado".

"Oh, eso es solo un pequeño contratiempo", respondió Rufus con una sonrisa nerviosa, sintiendo que, tal vez, este era el peor día de su vida. 

 donde la magia se mezclaba con la tecnología, Rufus, un hombre lobo de apariencia bastante normal (si ignorabas el hecho de que tenía un pelaje que podía hacer sombra a un oso polar), entró caminando con una mezcla de asombro y desdén. "¡Wow! Eso sí es tecnología!", exclamó mientras el suelo de la plaza se iluminaba con cada paso que daba. Los habitantes del pueblo lo miraban como si estuvieran viendo a un dinosaurio con un sombrero de copa. Sin embargo, lo que realmente llamaba la atención era Sparki, su hija, que saltaba en el mismo lugar como si estuviera en un trampolín, provocando que los focos de luz parpadearan con cada rebote.

"¡Sparki, espera!", gritó Rufus, pero su advertencia llegó demasiado tarde. En un momento de pura energía adolescente, Sparki aterrizó con tanto ímpetu que todos los focos del pueblo estallaron en una lluvia de cristal y luz, como si el pueblo entero hubiera decidido celebrar un desfile de luces de Navidad anticipado. "Ups", dijo Rufus, mientras tomaba a Luna, la otra loba del grupo, y a Sparki, y corrían hacia la casa más pequeña y apartada que encontraron, como si fueran un trío de espías en una misión de alto secreto.

Al entrar, se encontraron con María, conocida en el pueblo como "la calva María". La razón de este apodo era simple: su calva relucía tanto que podía servir como espejo. María estaba en medio de una intensa discusión con un agente de servicios públicos que tenía la paciencia de un chihuahua en una tienda de fuegos artificiales. "¡Oye, son los de la luz! ¿Por qué tengo quejas? ¿Me van a cobrar por algo que ni siquiera tengo?", exclamó María, mientras Rufus intentaba explicarle que, en realidad, no eran de la compañía de luz. "¡No, no! ¡No somos de la luz! ¡Oh, la calva María!", dijeron todos al unísono, y se contuvieron las risas.

"Umm, juro que haré brochetas a ese dragón", dijo María apretando los dientes, mientras Rufus, con la mejor intención del mundo, trataba de convencerla de unirse a su grupo de aventuras. "¡Vamos, María! ¡Tú podrías ser la heroína de esta historia!", le decía, mientras ella negaba con la cabeza.

"Lo siento, pero soy una hikikomori, nunca salgo de casa", dijo, sosteniendo un manga con una mano y un bol de ramen con la otra. "Además, tengo manga y anime", agregó triunfante, mientras le echaba una mirada desafiante a Rufus.

Rufus, que no podía resistir la tentación de comentar, observó el manga y dijo: "Oh, ese tomo es algo viejo. Ya salió el 43". María se sorprendió, como si Rufus hubiera revelado el secreto del universo. "¿Cómo tienes acceso al manga sagrado?", preguntó, casi reverente. "¡Ese es el libro que el héroe que vino de otro mundo dejó tirado!".

"Sí, damelo", exigió María. "No, no. Si vas con nosotros, te lo daré", dijo Rufus, mientras ella lo miraba con ojos de cachorro lastimero. "Ummmmm… bien", cedió finalmente, pero luego añadió: "¿Por qué no quieres soltarte?".

"Es que me cuesta salir mucho de casaaaaa", dijo María, aferrándose a las escaleras de su hogar como si fueran la última bodega de agua en un desierto.

Después de un par de tirones y una breve discusión sobre si los hombres lobo podían ser fashionistas, finalmente lograron salir de casa, justo antes de que la multitud furiosa se diera cuenta de que Sparki era la culpable del desastre de la luz. "Oh, eso espero, Rufus", murmuró Luna, mientras se asomaban por la puerta y vieron a una multitud de habitantes del pueblo, todos con miradas de rabia, como si Rufus hubiera robado su último rollo de sushi.

"¡Hey, tienen nuestras billeteras!", gritó un hombre con una camiseta de "Soy fan de los gatos" que no parecía estar dispuesto a perdonar a nadie.

"Sparki, ¿qué hiciste ahora?", preguntó Rufus, furioso. "No puedo evitarlo", respondió ella, sonriendo como un cachorro que acaba de morder un zapato nuevo. Y así, el trío se vio obligado a correr en dirección al castillo de la reina demonio, dejando atrás un rastro de caos, confusión y un par de pelotas de tenis que cayeron del cielo como si la suerte hubiera decidido que aquel día era ideal para una lluvia de pelotas.


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