Chapter 8: "The Dance of Non-Being"
En el momento mismo en que el hombre se eleva a sí mismo como la medida de todas las cosas, su afán de nombrar la existencia revela la sublime ironía de un misterio inefable. Donde lo finito y lo infinito se entrelazan en una danza eterna, es sólo en ausencia de nombres que se revela la profundidad primordial del enigma.
Luego, ante Eohedón, ese espacio infinito se recogió en su propia finitud. Al igual que aquellos que, en su afán por reestructurar al sublime arquitecto, serían arrojados inexorablemente ante la marea implacable, todo lo que parecía irreversible se invirtió en un instante sagrado.
—Se encontró a sí mismo al final y al principio...
Y, ante tal magnificencia, el vacío se hizo añicos, reavivando el color, el tacto, el aroma y la voz. Volvió la luz. Sombra regresó. Pero, sobre todo, Eohedon regresó. Volvió a sentirse completo: el susurro del viento, la calma de los cielos, el tierno calor de la tierra y la voz resonante de los Eltrouhides... La belleza efímera del mundo se desplegaba ante él.
—¡Eohedón! Es una virtud sagrada tenerte aquí, en esos momentos tan infames en los que creí haber encontrado el final... bramó Eltrouhides, con la voz rota por la emoción y el tiempo.
—¿Momentos infames? —replicó Eohedon, levantando la mirada hacia Eltrouhides, que permanecía imponente ante él como un dios exhausto, sus palabras parecían surgir de las profundidades de los recuerdos ancestrales.
Parece que todo tormento, este tormento que sólo existe en la penumbra de nuestras mentes, alcanza una eternidad inmutable, porque su naturaleza es, en esencia, efímera.
El viento, ligero y fresco, acariciaba la piel de Eohedon con la sutileza de un susurro olvidado. Todo había recuperado su esencia, pero algo había cambiado en el aire, en la forma en que las sombras se fundían con la luz. La palabra "efímero" tenía ahora un peso y un significado completamente diferentes.
Como si respondiera a una llamada ancestral, Eohedon se inclinó y recogió un puñado de arena dorada. Observó cómo los granos se deslizaban en una sutil danza entre sus dedos, escapando de su puño cerrado, y cuando abrió la mano, el viento se los llevó, dispersándolos en el aire como un suspiro cósmico.
—¿De qué sirve la certeza —murmuró, contemplando cómo lo que un momento antes había sido un puño firme ahora no era más que una palma vacía y bañada por la luz— cuando somos capaces de abrazar el misterio en su totalidad?
La arena, ahora invisible, se fundía con el polvo de estrellas que bailaba en el aire, con la misma fuerza con la que las palabras de Eltrouhides se mezclaban en su mente. No hubo pérdida en ese acto, solo transformación: lo que se escapó de su control se convirtió en uno con el flujo eterno del mundo.
—Hablas de la naturaleza efímera, pero tus palabras, Eohedón, parecen ligadas a algo mucho más antiguo, a una sabiduría infinitamente profunda. ¿Comprendes de verdad lo que significa ser verdaderamente completo?—preguntó Eltrouhides, con la mirada fija en el horizonte donde el cielo se fundía con la tierra en una frontera que ya no existía.
Eohedon no lo miró con desafío, sino con un reconocimiento silencioso y dolorosamente sincero. ¿Había alcanzado acaso la comprensión abandonando el concepto mismo de lo que había buscado durante tanto tiempo? ¿Y si el esfuerzo mismo por comprender nos atrapa en un ciclo infinito de caos? Se preguntó, dejando que el eco de sus dudas se mezclara con el murmullo del viento.
—El problema no reside en la búsqueda en sí, sino en el camino que vamos forjando a cada paso. El mundo se nos revela como un laberinto enigmático, y dentro de él, el laberinto mismo esconde la salida, declaró Eohedón, como si un velo se hubiera levantado ante sus ojos, desvelando la verdad oculta de todo lo vivido.
No somos más que reflejos de un caos primordial —pensó—, y ese mismo caos es la fuente inagotable de todo lo que conocemos.
Al oír estas palabras, los Eltrouhides cayeron en un silencio reverente, sumidos en una profunda meditación. Finalmente, con una calma que brotaba de lo más profundo de su ser, habló:
—Es verdad, Eohedón. Lo finito y lo infinito se entrelazan en una danza eterna, y el caos no es nuestro enemigo sino el maestro que nos instruye. Somos nosotros los que le tememos, aferrándonos al orden y a la certeza, creyendo que en ellas se define nuestro ser. Pero, como usted ha demostrado tan acertadamente, cuando nos aferramos a lo que creemos saber, nos perdemos en la inmensidad de lo que realmente somos.
Eohedon nodded slowly. The clarity in his mind began to overflow—not as a definitive answer, but as an understanding that opened without the need for explanation.
The wind blew with renewed vigor, and the light of an eternal sun illuminated Eohedon's face. He felt the comforting weight of Eltrouhides' words, but also, in a new and revealing way, the weight of his own existence. What use is certainty when we are capable of embracing mystery in its entirety?
—So is this it?—asked Eohedon, surveying the reconfigured landscape around him, familiar yet strangely new.—Is this perhaps what lies at the end of the path?
—That which can be expressed is not the truth.The name that can be named is not the true Name.Nameless is the origin of Heaven and Earth; with a name, it is the mother of all things.Thus, he who frees himself from desire contemplates the mystery in its purity; he who clings to them sees only their ephemeral manifestations.Both the mysterious and the manifest arise from the same source, though they bear different names.Together they are called the profound. Profoundly profound, it is the gateway to all mystery.